Texto de Miguel Amoros basado en la charla de título "Desarrollismo y Progresismo" enmarcada dentro de las "Jornadas Crítica al Progreso" organizadas por la Federación de Estudiantes Libertarios de la Universidad Autónoma de Madrid(FEL-UAM).
Audio de la Charla: http://dl.dropbox.com/u/1466770/Audios/Amoros-Desarrollismo%20y%20Progresismo%28FEL%29.3gp
DIALÉCTICA DEL CENIT Y EL OCASO
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Al
final de la era fordista, tras la subida de precios del petróleo
como consecuencia del cenit de la producción en Estados Unidos,
conocemos la salida que buscó la clase dirigente para preservar el
crecimiento: un desarrollismo de nuevo tipo, neoliberal, basado
primero en el fin del Estado-nación, la privatización de la función
pública, el abandono del patrón oro, la energía nuclear, la
eliminación de las trabas aduaneras, el abaratamiento del
transporte, la globalización de los mercados, la expansión del
crédito y la desregulación del mundo laboral. Una segunda fase,
algo más keynesiana, rentabilizaría la destrucción acumulada
mediante un desarrollismo llamado sostenible, integrando el punto de
vista ecologista en un capitalismo “verde”. El Estado recuperaría
un tanto su papel de impulsor económico que tenía en la época
anterior de capitalismo nacional financiando dicha modernización y
forzando el reciclaje de la población en el consumo de mercancía
labelizada. También conocemos las alternativas progresistas
neokeynesianas que en el marco del orden establecido reivindicaron
“otra” globalización en donde las cargas estuvieran mejor
distribuidas, o lo que viene a ser lo mismo, una mundialización
tutelada por los Estados que respetara los intereses de la burocracia
obrerista y el estatus de las clases medias. Esta propuesta
descansaba en la falsa suposición de que el Estado era un
instrumento neutral frente al capitalismo, y no la adecuada expresión
política de sus intereses. Como quiera que fuera, ambas políticas
–la neoliberal conservadora y la neokeynesiana socialdemócrata--
fracasaron al tropezar el capitalismo con sus límites internos. La
liquidación de las economías locales arruinó poblaciones enteras
que se fueron acumulando en las periferias de las metrópolis, dando
vida a inmensos poblados de chabolas. Innumerables masas emigraron a
los países “desarrollados”, extendiendo las consecuencias de la
crisis demográfica a las zonas privilegiadas del turbocapitalismo.
Esta nueva mutación del capital creaba una nueva división social:
los integrados y los excluidos del mercado. La contención de la
exclusión quedó fundamentalmente en manos del Estado, en absoluto
neutro, obligado a desarrollar para la ocasión políticas represivas
de control de la inmigración y extenderlas a cualquier forma de
disidencia. Por otro lado, el carácter eminentemente especulativo de
los movimientos financieros internacionales y las políticas
estatistas clientelares, tras una década de euforia, condujeron a la
bancarrota general del 2008, agravada por las deudas que los Estados
no habían podido rembolsar, precipitando una vuelta al
neoliberalismo mucho más dura. Las medidas draconianas son
necesarias para traspasar la crisis provocada por los Bancos y los
Estados a la población asalariada, mayoritariamente hipotecada. La
pauperización material de un tercio de la población se suma a una
pauperización moral vieja de años, pero la incapacidad irremediable
de crecer lo suficiente de los Estados Unidos y la Unión Europea si
no es compensada con una demanda emergente, china o india,
proporcionará un marco crítico duradero donde podrá invertirse el
proceso de anomia. Potencialmente, y por mucho tiempo, el espectro de
Grecia –las condiciones griegas—asediará la conciencia de los
dirigentes. La venganza o la voluntad de desquite dominarán en los
primeros momentos con toda la secuela de conflicto y violencia, pero
para construir habrá de darse en las masas vapuleadas un sentimiento
de dignidad a la par que el desarrollo de una conciencia
verdaderamente subversiva.
Paradójicamente,
en la fase actual de descomposición del sistema dominante, las
contradicciones internas ocultan las externas. El drama de la
exclusión, el paro, la precariedad, los recortes, los desahucios y
el empobrecimiento de las clases medias asalariadas, al poner por
delante sus intereses inmediatos todavía ligados al mantenimiento de
un estilo de vida urbano, artificial y consumista, han oscurecido
momentáneamente la cuestión esencial, el rechazo del credo del
progreso, y, por consiguiente, el del modelo social y urbano que le
es inherente. En consecuencia, la creciente “huella ecológica” y
la insostenibilidad intrínseca de la supervivencia bien o mal
abastecida bajo el capitalismo no se han tenido en consideración,
por lo que las exigencias desindustrializadoras y desurbanizadoras
parecen fuera de lugar. La protesta urbana, obrera o populista,
rechaza pagar la factura de la gestión desarrollista anterior y así
se contenta con exigir “otra” política, “otra” banca u
“otro” sindicalismo, a lo sumo, “otro” capitalismo, pero
jamás se planteará seriamente la ruralización o la desaparición
de las metrópolis, es decir, otra manera de convivir, otra sociedad
u otro planeta. La mayoría de los habitantes de las conurbaciones
solamente busca o aspira a encontrarse con la naturaleza los fines de
semana, en tanto que consumidores de relax y paisaje, por lo que una
crítica antidesarrollista tiene serios problemas para darse a
conocer fuera de estrechos círculos, ya que la mentalidad urbana es
incapaz de asumirla y los desertores del asfalto son todavía pocos.
Por otra parte, la población campesina, residual, sufre un deterioro
mental aún peor, fruto de su suburbanización, y las más de las
veces reproduce estereotipos ideológicos urbanos. La crítica
antidesarrollista no cuaja pues, ni en el medio rural, que debía ser
el suyo, ni en el medio urbano, mucho menos propicio. Por eso la
materialización en la práctica del antidesarrollismo como defensa
del territorio se ve sometida a multitud de inconsecuencias y
limitaciones. El carácter específicamente local de dicha defensa
juega en su contra. Apenas se conforma una oposición contra una
nocividad particular, surgen acompañantes municipalistas, verdes o
nacionalistas, que tratan de confinarla como “nimby” en la
localidad, exprimirla políticamente y empantanarla en marismas
jurídicas y administrativas. Solamente en los casos en que ha
conseguido aliados de las conurbaciones gracias precisamente a los
irregulares de la post ciudad, ha podido formularse un interés
general y desarrollarse un conflicto de envergadura (p. e. contra
trasvases, contra las líneas MAT, contra el TAV, contra autopistas,
centrales eólicas, etc.). Resumiendo, la defensa del territorio está
lejos mostrarse como el único conflicto realmente anticapitalista,
ya que, debido a las condiciones hostiles que debe afrontar, no
consigue constituir una comunidad de lucha estable y suficientemente
consciente que contribuya con eficacia a incrementar el número de
renegados de la urbe. Todavía no ha logrado transformar la
descomposición urbana en fuerza creativa rural, ni la oposición al
desarrollismo territorial en barrera contra la urbanización total.
Será
necesaria otra vuelta de tuerca en la crisis para que la cuestión
urbana –el problema de desmontar la conurbación-- aparezca en el
centro de la cuestión social. En efecto, la conurbación es la forma
ideal de la organización del espacio por el capitalismo; una gran
concentración de consumidores hecha posible por la abundancia hasta
ahora ilimitada de combustible fósil barato y de agua potable. Es de
suponer que un encarecimiento del combustible conduciría a una
crisis energética que pondría en peligro la agricultura industrial,
el sistema de vida urbano y la existencia misma de las conurbaciones.
Igual sucedería con una sequía prolongada que exigiera la
construcción de numerosas desaladoras funcionando con petróleo. Ese
es el horizonte que perfila a corto plazo la gran demanda de los
países emergentes y el cenit de la producción petrolífera a medio:
el fin de la era de la energía barata. No hay remedio posible puesto
que la energía nuclear y las llamadas “renovables” son caras,
necesitan igualmente para su puesta en marcha ingentes cantidades de
combustible fósil cada vez menos al alcance y el ritmo de su
producción nunca podrá satisfacer las exigencias de un consumo
creciente. El capitalismo verde es una falacia y la globalización
está entrando en su fase terminal; las innovaciones tecnológicas no
podrán salvarla. La perspectiva de un declive de la producción
industrial de energía pinta de negro el futuro de las conurbaciones,
puesto que un encarecimiento del transporte paralizará los
suministros y las volverá inviables. Los bloques de viviendas, los
rascacielos, los centros comerciales, los adosados residenciales, los
polígonos logísticos, las autopistas y demás se deteriorarán a
gran velocidad. Entonces, los sofisticados materiales de
construcción, el aire acondicionado, los electrodomésticos, los
ordenadores, la calefacción central, la telefonía móvil y los
automóviles serán cosas del pasado. Además, el calentamiento
global es imparable puesto que el consumo de energías contaminantes
es imposible de aminorar, y, en pocos años, cuatro o cinco,
desbocará el cambio climático y entonces los daños provocados
serán irreversibles. El decaimiento de la agricultura industrial
–esclava del fuel, de los abonos y herbicidas petroquímicos—junto
con las secuelas del calentamiento –incremento del efecto
invernadero, deforestación, erosión, salinización y acidificación
de los suelos, desertificación, sequías e inundaciones--
desembocarán en una crisis alimentaria de graves consecuencias. La
mayoría de la población urbana quedará desabastecida, viéndose
impelida violentamente a buscar comida y combustible fuera,
desperdigándose por un campo esquilmado. El que este proceso de
expulsión del vecindario se efectúe de forma caótica y terrorista
o transcurra positivamente dependerá de la capacidad integradora de
las comunidades de lucha surgidas de la deserción y la defensa del
territorio. Si éstas son débiles no podrán enfrentarse a la
avalancha de una población hambrienta y transformar su desesperación
en fuerza para el combate por la libertad y la emancipación. La
desagregación del turbocapitalismo daría lugar entonces a un
reguero de formaciones capitalistas primitivas defendidas por poderes
locales y regionales autoritarios. Será inevitable que la sociedad
se contraiga y se vuelva intensamente localista, pero lo pequeño no
siempre es hermoso. Puede ser horrible si la necesaria ruralización
que habrá de afrontar las consecuencias de una superpoblación
repentina y brutal, no discurre por vías revolucionarias, es decir,
si se limita a una producción centralizada y privilegiada de comida
y energía en lugar de orientarse hacia la creación de comunidades
libres y autónomas capaces de resistir a la depredación post
urbana. En definitiva, si el proceso ruralizador no respira esa
atmósfera de libertad que antaño se atribuía a las ciudades.
A
fin de no caer en profecías apocalípticas y evitar que la ciencia
ficción se adueñe de los análisis futuristas postulando retornos
al paleolítico o a la barbarie de género cinematográfico, conviene
considerar la crisis energética como un marco general y un horizonte
temporal que condicionará cada vez más el acontecer social con el
chantaje consabido de ‘o la energía o el caos’ sin por lo tanto
determinarlo completamente. La especulación novelesca es deudora de
la actitud contemplativa frente a la catástrofe, típica de la
religión --o de su equivalente secular, la ideología historicista--
que considera lo que adviene como resultado forzoso y no como una
posibilidad entre muchas, un desenlace en el tiempo fruto de
múltiples variables: la conciencia del momento, la inteligencia de
los cambios, la configuración de fuerzas independientes, la
habilidad en captar las contradicciones que se manifiestan y en
aprovechar las ocasiones que se presentan... Ni el resultado explica
enteramente el proceso, ni el proceso, el resultado. El cenit no
precede necesariamente a la extinción. Entre los dos interviene el
juego dialéctico de la táctica y de la estrategia entre
contrincantes con fuerzas desiguales, a corto y medio plazo. El juego
de la guerra social. Las esperanzas de los sectores aferrados a la
conservación del capitalismo de Estado en un decrecimiento
paulatino, pacífico y voluntario serán prontamente desmentidas por
la brutalidad de las medidas de adaptación a escenarios de escasez y
penuria y la dinámica social violenta que van a originar. Si bien el
colapso catastrófico no va a producirse en fecha fija, inminente,
tampoco va a ser inevitable la entronización de un régimen
ecofascista; sin embargo, la probabilidad más o menos cercana de
ambos fenómenos puede servir para llevar la acción por derroteros
consecuentes, lográndose así en las sucesivas confrontaciones una
salida favorable al bando de los partidarios de un cambio social
radical y libertario. Nada está decidido, por lo que todo es
posible, incluso las utopías y los sueños.
Charlas
de Pineda de Mar organizada por la sección local de la CNT en Can
Comas (30 de junio de 2011), de Segorbe, en el Ateneo Libertario
Octubre del 36 (2 de julio), de La Llagosta, en les Jornades de
l’autogestió de Can Piella (24 de julio), de Lleida, en el CSA La
Maranya (30 de julio), de Valladolid, en las Jornadas Agroecológicas
del BAH, (6 de noviembre) y de Madrid, en las Jornadas de Critica al
Progreso organizadas por la Federación de Estudiantes Libertarios (8
de noviembre).
Lúcido y certero análisis. Todavía hay gente que piensa, aunque políticos y periodistas se empeñen en demostrar lo contrario.
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